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ANÁLISIS

La marea contra el ESG: el nuevo desafío para la inversión con propósito

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Durante los últimos años parecía establecerse la idea de que la incorporación de criterios relacionados con la sostenibilidad eran la brújula de las finanzas. Sin embargo, en los últimos meses hemos visto un giro. Y es que la historia, rara vez avanza en línea recta. Allí donde antes se proclamaba la urgencia climática y la igualdad de oportunidades, hoy cobra fuerza un discurso que cuestiona la pertinencia —e incluso la legitimidad— de incorporar esos factores en la toma de decisiones económicas. Esta reacción, alimentada por tensiones geopolíticas y fatiga regulatoria, está remodelando el terreno de juego para los inversores conscientes.

Cambios regulatorios en Estados Unidos y Europa

En Estados Unidos, la llegada de Paul Atkins a la presidencia de la SEC y la decisión del organismo de dejar de defender en tribunales su propia norma de divulgación climática representan un cambio de 180 grados respecto de la agenda que se impulsaba hace apenas dos años. El mensaje implícito es claro: la supervisión sobre riesgos ambientales será menos exigente, y las empresas gozarán de mayor discrecionalidad para omitir o matizar su huella de carbono. En paralelo, Bruselas ha optado por ralentizar la aplicación de la Directiva de Reporte de Sostenibilidad (CSRD)[1] y de la nueva norma de diligencia debida; el aplazamiento hasta 2028‑29 se presenta como “simplificación”, pero encierra un vacío de información que durará al menos tres ejercicios.

Impacto en la cooperación internacional

Este repliegue regulatorio coincide con un desánimo general hacia la cooperación internacional. En Estados Unidos, por ejemplo, se ha cancelado el 83% de los contratos de USAID, que ahora están bajo el control del Departamento de Estado. Esto no solo reduce la Ayuda Oficial al Desarrollo, sino que también debilita la capacidad de los países de renta baja para financiar la transición energética y fortalecer sus instituciones, que ya eran frágiles. Además de la retirada de ayuda de Estados Unidos, otros países como Reino Unido, Holanda y otros, tradicionalmente grandes benefactores, también han recortado su financiación. La comunidad financiera pierde así un pilar importante —la ayuda multilateral— que era fundamental para el relato de “crecimiento inclusivo”.

Repercusiones en el sector privado

Dentro del sector privado, el abandono de compromisos climáticos se ha vuelto una tendencia. JPMorgan, Citi, Bank of America y Morgan Stanley se retiraron de la Net Zero Banking Alliance, mientras que BlackRock, Vanguard y State Street hicieron lo mismo con la Net Zero Asset Managers. Estos son solo algunos ejemplos. Al mismo tiempo, la iniciativa Science Based Targets (SBTi) ha expulsado a más de 200 compañías por no cumplir con los objetivos intermedios. Además, el Bezos Earth Fund, su principal donante, retiró su financiación debido a discrepancias sobre el uso de créditos de carbono. Lo que hasta 2023 era considerado un "sello de calidad" se ha convertido en un foco de críticas y una excusa para una retirada discreta, conocida como "green hushing"[2].

Involución en sectores clave

El retroceso es visible también en otros sectores como el energético. Shell ha reducido su inversión en renovables hasta un 8 % de su CAPEX total; BP ha recortado en más de 5 000 millones de dólares anuales su presupuesto verde para destinarlo de nuevo a exploración de petróleo y gas. En el comercio minorista, Walmart reconoció que no alcanzará sus metas de emisiones para 2025 y 2030, mientras Meta decidió prescindir del fact‑checking climático[3] y dejar que sean los usuarios quienes “autocorrijan” la desinformación. Los incentivos se han invertido: regresar a lo conocido parece más rentable que aventurarse en la incertidumbre de la transición.

Retroceso en los compromisos sociales

El componente social tampoco escapa esta tendencia. IBM ha dejado de vincular la remuneración de sus directivos a objetivos de diversidad; Target y McDonald’s han cancelado programas DEI[4] tras la orden ejecutiva que desmonta esas políticas en la administración federal; Walmart cerró su Center for Racial Equity y anunció que ya no considerará la raza ni el género en la adjudicación de contratos. El giro se justifica con argumentos de “eficiencia” o de adecuación a un nuevo marco legal, pero envía una señal inequívoca de repliegue que puede afectar la atracción y retención de talento a medio plazo.

A contracorriente: empresas que se mantienen firmes en sus compromisos

A pesar de las críticas hacia las políticas ESG y DEI, muchas empresas están usando esa presión como impulso para reforzar aún más sus compromisos. Gigantes como Apple o Nasdaq siguen apostando por la diversidad y la sostenibilidad como pilares clave de innovación y rentabilidad. Lo mismo ocurre en sectores como el aéreo, el deporte o el retail, donde compañías como Southwest, la NFL, Costco o Salesforce defienden abiertamente sus políticas inclusivas. En Europa, firmas como Capgemini y Canon también elevan sus metas sociales y ambientales.

Lejos de retroceder, estas organizaciones demuestran que integrar ESG y DEI no solo responde a valores, sino que fortalece su ventaja competitiva a largo plazo. Creemos que este contexto está funcionando como un filtro que revela qué empresas están realmente comprometidas y cuáles solo seguían la corriente.

Consecuencias para los inversores con propósito

Para los inversores comprometidos con la sostenibilidad, las consecuencias son múltiples. La salida masiva de alianzas net‑zero y el relajamiento normativo amplían el margen para el greenwashing[5] y elevan la volatilidad reputacional: el mismo emisor que ayer presumía de ambición climática puede mañana desandar lo recorrido sin coste aparente. El retraso en los requisitos de reporte europeos crea, además, una zona opaca en la que será más difícil comparar trayectorias de descarbonización, por ejemplo. Y, mientras tanto, la pérdida de ayuda internacional aumenta el riesgo país en mercados emergentes que ya están expuestos a eventos climáticos extremos.

Nuestro compromiso permanece firme

En un contexto donde el debate en torno a la sostenibilidad ha oscilado entre la euforia desmedida y el escepticismo creciente, en Portocolom mantenemos el rumbo. No fuimos parte del péndulo de la euforia, y tampoco lo seremos del abandono. Nuestro compromiso con la sostenibilidad ha permanecido inalterado a lo largo de todo este ciclo. Lo único que cambia es nuestro proceso, en continua evolución y mejora, para adaptarnos a los nuevos tiempos y seguir cumpliendo con nuestra convicción: invertir con sentido, integrando rentabilidad, riesgo e impacto.

Ante este panorama, hemos iniciado una revisión exhaustiva de nuestras carteras y del índice de referencia que utilizamos, con el objetivo de garantizar que sigue alineado con el Acuerdo de París, con nuestros principios y con los valores de dignidad humana que comparten nuestros clientes.

Estamos actualizando nuestras políticas de exclusión para incorporar un criterio explícito: la retirada voluntaria de compromisos ESG significativos por parte de una empresa será motivo de evaluación negativa. Además, reforzamos nuestra labor de engagement[6] con las compañías en cartera y mantenemos una vigilancia activa sobre la exposición a activos excluidos. En tiempos como los actuales, esta labor de seguimiento continuo y diálogo responsable es más necesaria que nunca.

La historia demuestra que los ciclos de mercado oscilan, pero los retos de la crisis climática y de las desigualdades sociales no sólo persisten, sino que, si no actuamos a tiempo, la situación sólo irá a peor. Sostener una estrategia basada en la diversificación, el análisis riguroso y la coherencia ética no solo es una cuestión de valores; es, también, la mejor forma de proteger el ahorro de nuestros clientes frente a riesgos que el corto plazo tiende a subestimar.


[1] Directiva de Reporte de Sostenibilidad (CSRD): normativa de la UE que amplía la antigua NFRD y exige a compañías grandes y cotizadas divulgar de forma estandarizada sus impactos y riesgos ambientales, sociales y de gobernanza.

[2] Green hushing: práctica empresarial que consiste en mantener en silencio o minimizar la comunicación de sus metas y logros ambientales para esquivar el escrutinio público y las acusaciones de greenwashing o lavado verde.

[3] Fact‑checking climático: proceso de verificación independiente que contrasta datos y afirmaciones sobre ciencia y políticas climáticas con evidencia y fuentes especializadas para determinar su exactitud.

[4] DEI: siglas de Diversidad, Equidad e Inclusión, enfoque corporativo que promueve entornos laborales y decisiones empresariales que garanticen representación diversa, trato justo y participación plena de todos los grupos.

[5] Green washing: estrategia de comunicación que exagera o falsea el compromiso ambiental de una empresa para proyectar una imagen “verde” que no se corresponde con su impacto real.

[6] Engagement (en el contexto de la inversión responsable) se refiere al diálogo activo y estructurado entre los inversores y las empresas en las que invierten, con el objetivo de influir en su comportamiento ambiental, social o de gobernanza (ESG), promoviendo mejoras concretas en sus prácticas, políticas o divulgación de información.

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