Si alguien esperaba sorpresas y medidas contundentes en el Comité Federal del PSOE, hubo poca cosa. Más allá de las 13 iniciativas —de alcance interno y, a mi entender, de escaso calado social—, la gran sorpresa han sido los nombramientos del viernes. Especialmente el de Rebeca Torró como secretaria de Organización, con sus correspondientes contrapesos, lo que consolida la influencia del PSOE valenciano de Diana Morant y de la delegada del Gobierno en la Comunitat Valenciana, Pilar Bernabé.
Es cierto que se ha apartado al sanchismo más próximo a Santos Cerdán, aunque con salvedades. Por ejemplo, se mantiene a su número dos, Juan Francisco Serrano, que será el nuevo secretario de Política Municipal, cargo que hasta ahora ocupaba el ilicitano Alejandro Soler, quien pasa a ser el responsable de Trabajo y Economía Social (también está bien que se pusiera coto a los multicargos de algunos). También continúan otros ilustres del sanchismo, como el sevillano Alfonso Rodríguez Gómez de Celis o el expresidente extremeño Guillermo Fernández Vara. Pero lo que parece claro es que se imponen perfiles nuevos en la Organización y una mayor simbiosis entre la ejecutiva del partido y el Gobierno. Muchos ministros están en la dirección, y se ha recuperado a un sanchista original como Antonio Hernando, ahora también en Moncloa.
¿Le da esto a Pedro Sánchez para resistir? La única certeza es que Emiliano García-Page ha quedado como única oposición interna, sumándose a la de exministros y excargos del felipismo, con el propio Felipe González a la cabeza. La próxima prueba será el 9 de julio, cuando Sánchez debe convencer a la mayoría de la investidura: primero a los socios de Gobierno —lo que queda de Sumar— y luego a los socios premium, como Junts y el PNV.
Desde luego, no lo tiene fácil. La estrategia es resistir, como es evidente, y para ello José Luis Rodríguez Zapatero actúa como presidente satélite, ejerciendo de pegamento con los socios. Pero Sánchez sigue sin convencer. Como mínimo, debería presentar medidas más contundentes contra los supuestos corruptores, como le piden algunos aliados, así como otras acciones que debería asumir el propio PSOE: personarse como perjudicado (si es que realmente lo está), o mostrar mayor disposición para perseguir a los mordedores (si es que puede hacerlo). Pero ni siquiera eso lo salva de las derivaciones judiciales que aún quedan por salir de la trama del "triángulo". No va a ser un otoño fácil para el PSOE.
Mi opinión ya la conocen: Sánchez debería haber exhibido al/la gregario/a y haber convocado un congreso. Y si su objetivo era salvaguardar el Gobierno, debería haber tenido listo un plan B: dimisión, votos garantizados para otro Ejecutivo y partida nueva. Incluso un gobierno de independientes le habría dado oxígeno y tiempo a la marca. De lo contrario, esto tiene pinta de una rendición lenta y agónica: esperar a que escampe (si es que escampa), convocar elecciones y minimizar los daños para que el bloque de la derecha se vea obligado a retratarse.
La política española es emocional. Ahora el PP y Vox tienen motivaciones de sobra para derribar al Gobierno (para ellos, las hubo desde el minuto cero), y es posible que logren atraer a votantes socialistas desencantados. Pero lo peor para Sánchez y algunos de sus socios sería que esos votantes encuentren nuevas razones para seguir confiando en los mismos. Esa es la gran dificultad: la desmotivación, algo que ni siquiera una economía que vaya moderadamente bien logra curar.
En política —y más en la actual— está claro que no se pueden hacer proyecciones más allá de tres meses. La historia reciente lo ha demostrado. De momento, Sánchez ha borrado a algunos sanchistas. Veremos hasta dónde le da.